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Los bañados, charcas y cuerpos lagunares tienen la capacidad de mitigar los efectos del calentamiento global y servir de moderadores del régimen fluvial. Pueden reducir los picos de inundación mediante el almacenamiento temporal del agua, retardando su efecto aguas abajo y contribuyendo a la recarga de los acuíferos.
La escasa profundidad de estos cuerpos de agua determina que los rayos del sol incidan hasta prácticamente el fondo de las mismas, razón por la cual son lagunas sin estratificación térmica.
No son permanentes, durante períodos húmedos la cantidad de estos cuerpos de agua se incrementa significativamente.
Una de las intervenciones antrópicas más importantes a la que están expuestos estos humedales es la canalización con el fin de incrementar la superficie aprovechable para la actividad agrícola-ganadera y la urbanización, provocando efectos devastadores sobre estos ambientes y los consecuentes perjuicios aguas abajo.
En la mayoría de las lagunas pampeanas existe un cordón de plantas acuáticas (macrófitas) a veces en el interior y en las orillas. Esta vegetación ribereña cumple un rol clave, ya que actúa a modo de barrera entre el sistema terrestre y el acuático reduciendo o retardando el ingreso de diferentes elementos, como nutrientes, sedimentos o contaminantes. Justamente, ellas existen en esos sitios porque es donde se reciben las mayores cargas de nutrientes que les permite un mayor crecimiento, resultando en un mayor filtrado de nutrientes: un obvio círculo virtuoso donde las plantas son beneficiarias.