¿En qué consiste la vitalidad de las aguas que atravesamos? ¿Es posible hablar de consistencia en medios líquidos? ¿Cómo es una porción de algo en permanente fluir, en permanente pasaje, que es parte de una cuenca que a su vez está integrada en sistemas hídricos más amplios?
A lo largo de los recorridos, tomo muestras de agua de algunos cursos que integran las cuencas. Me detengo un momento. Freno el fluir del avance, organizo los materiales para llevarme una pequeña porción de esa agua. Entre la velocidad del camino y el sumergirme ahí.
Un tubo de ensayo plástico se ata al fondo de un embudo de tela arpillera plástica, en el cual están anudados varios largos hilos plásticos que permitirán acceder unos metros más allá de la orilla inmediata. Lanzo la red varias veces en el mismo sitio para remover el lecho, para filtrar el agua y juntar alguna dosis considerable de material biológico con la sucesión de lanzamientos. Una colecta, una colección, una serie de gotas de aguas que luego observaré a través de un microscopio para ver quienes viven ahí. Quienes viven en las aguas que pasan delante de una pollería, delante de una industria procesadora de cartón, agua que corre entre campos de siembra extensiva agroindustrial, agua de laguna pampeana que siembra sus pejerreyes para luego pescarlos, agua encerrada en camaronera, agua de puerto de aguas profundas.
Seguimos.
En el intermedio, mientras camino o ando en bicicleta escribo y grabo algunos audios.
Específicamente relato algo acerca de los animales con los que me cruzo. Los refugiados. Animales vivos, muertos, encerrados en alguna granja, procesados en alguna de sus partes, chapoteando por ahí o representados en algún cartel. También converso especialmente con personas que trabajan en relación directa con animales.
Y en algunos muy escasos momentos, logro estar junto a esos animales por algún lapso prolongado de tiempo.
Durante esta serie de acciones -que ocurren a la vez que nos desplazamos, y que por otro lado son la excusa del desplazamiento, que trazan un camino a veces decidido previamente pero siempre sujeto a la dirección del camino mismo, a las opciones de sus bifurcaciones, a la fragilidad del movimiento-, en esa serie de acciones, se filtra la reflexión sobre los territorios de reserva. Sobre lo que emerge entre la depredación: las ortigas exuberantes que se entremezclan entre bardanas, sauces y una garza que juega a hacer vuelos rasantes casi tocando el Río Matanza en su estadío canalizado, donde el agua negra burbujeante pasa por debajo de la autopista Ricchieri en el acceso a la ciudad de Buenos Aires, por ejemplo.
Lo silvestre que sobrevive entre el control. Lo reservado para ser observado desde una pasarela. Entramos rodando en una isla reservada, la isla Santay, ubicada en el Río Guayas justo frente a la ciudad de Guayaquil. Aquello era una hacienda que hace décadas fue expropiada por el estado y ahora está destinada al turismo comunitario. Allí viven alrededor de 50 familias y se puede ir a visitarles. Pero sólo se puede circular entre pasarelas, incluso quienes allí viven tampoco pueden salirse de ellas. Inmediatamente al lado de la pasarela, lo impenetrable, el acecho, perderse, lo feroz.
La reserva también aparece en piezas de barro cocida de la cultura Milagro Huancavilla que un señor de una ciudad mediana guarda en su casa. Miles de piezas ceremoniales excavadas de una tola, cada una de esas piezas contienen unos poderes que me quedan lejanos y que al mirarlas siento que piden ser vistas, que gritan un secreto en una lengua por mí desconocida.
La reserva a cada paso. El aliento del andar reitera, ¿qué reservas nos quedan? ¿quién reserva? ¿cuáles son las formas que puede tomar la gestión de las porciones de tierra? ¿qué acciones regenerativas se trazan allí?
silvestres, domesticadas y sus variaciones
Territorio de reserva, María José Trucco
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