El concepto reserva.
La reserva como territorio intangible, la figura de un espacio siempre remoto, siempre con una distancia de por medio, aunque sea que se aloje cerca de un gran conglomerado urbano. Lo intangible siempre está lejos. De la oficina de informes, de la capital de un país, de la ruta, del cotidiano. Proximidad y lejanía, son pocos los que llegan y serpentea el misterio sobre cómo es una zona que durante infinitesimales sumas de instantes no ha sido tocada. El espacio que supone una suspensión de las conexiones, subterráneas, aéreas, acuáticas, temporales. La acción humana que pretende cercar un pedazo de materia al contacto. Dejar que solo acontezca el inacabado proceso de nacer y morir. Nacer y morir en estado “puro”. Ahí, los refugiados.
La zona de los refugiados, la zona de la resistencia silvestre, las zonas de pasaje, aunque esa resistencia se aloje en las banquinas de la ruta, en las zanjas de una calle de tierra o en las alcantarillas y sistema cloacal de la ciudad. La zona vital, insubordinada, que sobrevive a pesar del control.
También una reserva más cercana, más íntima. La reserva que la grasa aloja. El conjunto de residuos singulares que construyen la propia carne, “eso que me reservo”, y que es el resto que permite lo siguiente. A veces es el lenguaje, a veces la infancia, a veces miles de sonidos, a veces el olor del tiempo, a veces lo mullido.
Y lo mítico como territorio de reserva. Aquello que como especie hemos llegado a soñar. Donde lo posible se extiende hacia el fondo del mar, crece, se exhubera sin límites. Esfinges, minotauros, centauros, nahuales.
;){kind=link}